Muerte del Negro Primero contada por José Antonio Páez

Páez contó entre sus soldados a varios que se destacaron por su valentía extrema y habilísimo manejo de la lanza, entre los cuales se puede nombrar a Francisco Aramendi, Juan José Rondón y Pedro Camejo.
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Este último, apodado Negro Primero, era uno de los preferidos de Páez. A Bolívar conmovió mucho su muerte y causó profundo pesar esta noticia entre sus compañeros.
El escritor Eduardo Blanco imagina como fue su muerte en la Batalla de Carabobo y la narra en su famosa novela histórica “Venezuela Heroica”, publicada en 1881, haciéndole decir estas palabras supuestas, dirigidas a Páez: ”Mi General, vengo a decirle adiós porque estoy muerto”.

Particularmente siempre creí que en verdad su muerte había sido así, pero no caí en cuenta que “Venezuela Heroica” por más que tuviera fuentes muy buenas no dejaba de ser una novela y por lo tanto muchos de sus detalles deben ser inventos del autor, lo que no desmerita para nada la muerte gloriosa del Negro Primero en la Batalla que nos aseguró la Independencia.
Se desprende de la narración de Páez en su autobiografía, que el Negro Primero murió al recibir varios tiros.
También en el techo del Congreso Nacional se observa la pintura alusiva a la Batalla de Carabobo y aparece el Negro Primero muerto con un tiro en la cabeza y dos más en el abdomen.
Veamos lo que cuenta Páez en su autobiografía a raíz de su muerte en la Batalla de Carabobo:


“Los oficiales de mi estado mayor que murieron en esta memorable acción fueron: Coronel Ignacio Melean, Manuel Arraiz herido mortalmente, Capitán Juan Bruno, Teniente Pedro Camejo (a) Negro Primero, Teniente José María Oliveira y Teniente Nicolás Arias.

Entre todos con más cariño recuerdo a Camejo, generalmente conocido entonces con el sobrenombre de “Negro Primero”, esclavo un tiempo, que tuvo mucha parte en algunos de los hechos que he referido.

Cuando yo bajé a Achaguas después de la acción del Yagual, se me presentó este negro, que mis soldados de Apure me aconsejaron incorporase al ejército, pues les constaba a ellos que era un hombre de gran valor y sobre todo muy buena lanza.

Su robusta constitución me lo recomendaba mucho, y a poco hablar con él, advertí que poseía la candidez del hombre en su estado primitivo y uno de esos caracteres simpáticos que atraen bien pronto el afecto de los que los tratan.

Llamábase Pedro Camejo y había sido esclavo del propietario vecino de Apure, don Vicente Alfonzo, quien le había puesto al servicio del rey porque el carácter del negro, sobrado celoso de su dignidad, le inspiraba algunos temores.

Después de la acción de Araure quedó tan disgustado del servicio militar que se fue al Apure, y allí permaneció oculto un tiempo hasta que vino a presentárseme, como he dicho, después de la acción del Yagual.

Admitíle en mis filas y siempre a mi lado fue para mí preciosa adquisición. Tales pruebas de valor dio en todos los reñidos encuentros que tuvimos con el enemigo, que sus mismos compañeros le dieron el título de Negro Primero.

Estos se divertían mucho con él, y sus chistes naturales y observaciones sobre todos los hechos que veía o había presenciado, mantenía la alegría de sus compañeros que siempre le buscaban para darle materia de conversación.

Sabiendo que Bolívar debía venir a reunirse conmigo en el Apure, recomendó a todos muy vivamente que no fueran a decirle al Libertador que él había servido en el ejército realista.


Semejante recomendación bastó para que a su llegada le hablaran a Bolívar del negro, con gran entusiasmo, refiriéndole el empeño que tenía en que no supiera que él había estado al servicio del rey.

Así, pues, cuando Bolívar le vio por primera vez, se le acercó con mucho afecto, y después de congratularse con él por su valor le dijo:

--¿Pero que le motivó a usted a servir en las filas de nuestros enemigos?

Miró el negro a los circundantes como si quisiera enrostrarles la indiscreción que habían cometido, y dijo después:

--Señor, la codicia.

--¿Cómo así? Preguntó Bolívar.

--Yo había notado, continuó el negro, que todo el mundo iba a la guerra sin camisa y sin una peseta y volvía después vestido con un uniforme muy bonito y con dinero en el bolsillo.

Entonces yo quise ir también a buscar fortuna y más que nada a conseguir tres aperos de plata, uno para el negro Mindola, otro para Juan Rafael y otro para mí.

La primera batalla que tuvimos con los patriotas fue la de Araure: ellos tenían más de mil hombres, como yo se lo decía a mi compadre José Félix; nosotros teníamos mucha más gente y yo gritaba que me dieran cualquier arma con que pelear, porque yo estaba seguro de que nosotros íbamos a vencer.

Cuando creí que se había acabado la pelea, me apee de mi caballo y fui a quitarle una casaca muy bonita a un blanco que estaba tendido y muerto en el suelo.

En ese momento vino el comandante gritando “a caballo”. ¿Cómo es eso, dije yo, pues no se acabó esta guerra?

–Acabarse nada de eso, venía tanta gente que parecía una zamurada.
--¿Qué decía usted entonces? Dijo Bolívar.

--Deseaba que fuéramos a tomar paces. No hubo más remedio que huir, y yo eche a correr en mi mula, pero el maldito animal se me cansó y tuve que coger monte a pié.

El día siguiente yo y José y Félix fuimos a un hato a ver si nos daban que comer; pero su dueño cuando supo que yo era de las tropas de Ñaña (Yañez) me miró con tan malos ojos, que me pareció mejor huir e irme al Apure.

--Dicen, le interrumpió Bolívar, que allí mataba usted las vacas que no le pertenecían.

--Por supuesto, replicó, y si no ¿Qué comía? En fin vino el mayordomo (Páez) al Apure, y nos enseñó lo que era la Patria y que la diablocracia no era ninguna cosa mala, y desde entonces yo estoy sirviendo a los patriotas.

Conversaciones por este estilo, sostenidas en un leguaje sui generis divertían mucho a Bolívar, y en nuestras marchas el Negro Primero nos servía de gran distracción y entretenimiento.

Continuó a mi servicio, distinguiéndose siempre en todas las acciones más notables, y él es uno de los héroes de la batalla de las Queseras del Medio.

El día antes de la batalla de Carabobo, que él decía que iba a ser la “cisiva”, arengó a sus compañeros imitando el lenguaje que me había oído usar en casos semejantes, y para infundirles valor y confianza con el fervor de un musulmán, que las puertas del cielo se abrirían a los patriotas que morían en el campo, pero se cerraban a los que dejaban de vivir huyendo delante del enemigo.

El día de la batalla, a los primeros tiros, cayó herido mortalmente, y tal noticia produjo después un profundo dolor en todo el ejército. Bolívar cuando la supo, la consideró como una desgracia y se lamentaba de que no le hubiese sido dado presentar en Caracas aquel hombre que llamaba sin igual en la sencillez, y sobre todo, admirable en el estilo peculiar en el que expresaba sus ideas”.